viernes, 18 de enero de 2008

Pícaros, adolescentes y complicidad



Presentan El patio de Monipodio en la Universidad Modelo
Joaquín Peón Iñiguez

Mérida, 15 de diciembre de 2007.

Fue un experimento. No se me ocurre otra forma de nombrarlo. El miércoles 12 de diciembre del 2007, se presentó en el Auditorio de la Universidad Modelo. La adaptación de la novela picaresca, El patio de MonipodioRinconete y Cortadillo (de Miguel de Cervantes Saavedra), a cargo del prestigiado dramaturgo José Ramón Enriquez, salió triunfante ante un público que se presentaba como auténtico desafío. ¿Quiénes lo componían? Mayormente estudiantes de preparatoria que, a unos días de salir a vacaciones, se encontraban como leones enjaulados. No lo sé de cierto, pero supongo que muchos de ellos estaban ahí por obligación. Dudo que Cervantes se haya puesto de moda espontáneamente.

El arranque me puso los nervios de punta. Un grupo de encapuchados apareció en el escenario en medio de escandalosos chiflidos, gritos, y “buuuus”. Mientras tanto, Paco Marín, el director de la puesta en escena, observaba sigilosamente desde la cabina de sonido, y cuando Maniferro, interpretado por Pablo Herrero, salió a hacer una breve introducción del contexto en que se sitúa la obra, yo estaba a punto de ahorcar a una parejita de pubertos chismosos sentados a mi lado. Volteaba a ver a José Ramón, francamente apenado, pero él mantenía la calma de forma sospechosa. El tiempo terminó por darle la razón. A los pocos minutos de haber empezado, Maniferro había capturado la atención del auditorio, repentinamente hundido en atento silencio.

Pronto hicieron su entrada los protagonistas, Rinconete (Oswaldo Ferrero) y, Cortadillo (Ulises Vargas). Ambos se introducen como pícaros; el primero, hábil en “la ciencia de las cartas”, el segundo, como un ladrón virtuoso. Cuentan brevemente sus vidas, abarcan todo el escenario con una danza sigilosa; carácter juguetón, llenos de malicia. Quieren sobresalir en una sociedad que los ha condenado. Al poco tiempo, los espectadores nos sentimos identificados con ellos, quizás recordando las travesuras de la infancia, quizás fantaseando con ellas.

Después de robarle a un perverso adulto que quiso pasarse de listo (uno de los muchos papeles interpretados por Fernando de Regil) al hurtar de forma increíble el bolsillo de un párroco, el entonces narrador, Maniferro, rompe una barrera invisible y se le presenta a los niños. Les cuenta de unos mafiosos que podrían llevar sus ganancias a niveles estratosféricos. Los pícaros, con cierta desconfianza, deciden acompañarlo.

Justo cuando algunos preparatorianos empezaban a desconcentrarse, irrumpió en la escena el siempre preciso Roberto Franco, interpretando a Monipodio, el líder de la tropa, el más mañoso del montón. El público revivió de golpe. Paralelamente toman su lugar dos nuevos personajes, Gananciosa (Susan Tax) y Pipota (Mabel Vásquez). El ambiente se torna festivo entre bailes, música, porras, pan y, vino. ¿Qué más se puede pedir? La cofradía está lista. Así se trate de la mafia, narcos o pícaros, a todos nos encanta una historia bien contada sobre el mundo del crimen. Entre los espectadores se respira un sentimiento de complicidad.

La obra concluye antes que la novela. No alcanzamos a conocer el desenlace que Cervantes propone. Por fortuna, algunos jóvenes se levantan de sus asientos sintiendo que asistieron al teatro más por gusto que por obligación, y que Miguel de Cervantes no es tan aburrido después de todo. La pareja Enríquez-Marín es garantía de teatro de primer nivel. Los pícaros estuvieron a la altura. Yo presento examen de literatura renacentista al día siguiente, la novela picaresca es un tema central, todo encaja. Me encanta el teatro, regreso alegre a mi hogar. Si el último examen del año no hubiera sido al día siguiente, quizás me hubiera animado a robarle a uno de esos párrocos distraídos que se pasean por el norte de la ciudad…

Fuente: www.unasletras.com/v2/articulo/artes-escenicas_10/Picaros-adolescentes-y-complicidad_544/